Tengo una alumna de 80 años. Pochi le dicen. Es su segunda clase de yoga y cada vez que vino me contó como se sentía y que cosas fue experimentando. Es una mujer valiente y dulce. Se coloca frente a mi y sigue la clase a su ritmo, distinto al de los otros alumnos.
Hay momentos en que la veo quedarse en Tadassana, con los ojos cerrados y la cabeza levemente elevada al cielo. Es bello mirarla.
Luego de su primera clase se acerco a mí y expresó sentirse muy bien espiritualmente y comentó limitaciones físicas que no la detendrán. Esta semana cuando llegué al gimnasio me contaron que vino la hija de Pochi a avisar que el día anterior a la clase la mordió un perro en la cara y que no iba a poder venir. Sin embargo, 10 minutos después Pochi entró al salón. Con alegría la recibí, le pregunté como estaba, me llevó a un costado y me dijo lo siguiente: “Esta semana me dí cuenta que las cosas no me llegaban. Yo vivo con algunas personas intempestivas, de carácter un tanto explosivo, y esta semana noté que no me afectaban esas actitudes. Me pregunto y pienso si es por la clase que me hace tan bien, y si bien ayer me pasó esto feo con el perro, hoy quise venir”.
Valiente, no? Es un regalo de Dios, para mí, poder enseñar yoga, regalar paz, guiar a los alumnos a través de la voz, de las palabras, de los silencios y así ayudarlos a descansar mental, física y espiritualmente.
“Ten el empuje del buen caballo, en la fe, la virtud y la energía, en la contemplación, en la sabiduría y en la correcta acción. Así trascenderás las penas de este mundo”. Del Dhammapada.
Hay momentos en que la veo quedarse en Tadassana, con los ojos cerrados y la cabeza levemente elevada al cielo. Es bello mirarla.
Luego de su primera clase se acerco a mí y expresó sentirse muy bien espiritualmente y comentó limitaciones físicas que no la detendrán. Esta semana cuando llegué al gimnasio me contaron que vino la hija de Pochi a avisar que el día anterior a la clase la mordió un perro en la cara y que no iba a poder venir. Sin embargo, 10 minutos después Pochi entró al salón. Con alegría la recibí, le pregunté como estaba, me llevó a un costado y me dijo lo siguiente: “Esta semana me dí cuenta que las cosas no me llegaban. Yo vivo con algunas personas intempestivas, de carácter un tanto explosivo, y esta semana noté que no me afectaban esas actitudes. Me pregunto y pienso si es por la clase que me hace tan bien, y si bien ayer me pasó esto feo con el perro, hoy quise venir”.
Valiente, no? Es un regalo de Dios, para mí, poder enseñar yoga, regalar paz, guiar a los alumnos a través de la voz, de las palabras, de los silencios y así ayudarlos a descansar mental, física y espiritualmente.
“Ten el empuje del buen caballo, en la fe, la virtud y la energía, en la contemplación, en la sabiduría y en la correcta acción. Así trascenderás las penas de este mundo”. Del Dhammapada.
1 comentario:
Que buen articulo. Gracias.
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